21.4.06

Ética de los poderosos (II): el poder no es bueno ni malo.

Tener poder parece una cosa bastante fea. El poder huele a dinero, corrupción, abuso, manipulación, empleo de la fuerza, uso para beneficio propio, impunidad... ¿Quien -honesto como nosotros- desearía tener algo así? Es más, ¿cómo podríamos -los buenos de la película- perdonar a quien lo tiene?

La ética de los humildes, esa que tenemos grabada a fuego los hijos de la clase obrera, nos hace temer y odiar con igual intensidad a todo lo que huela a poder*. Sin embargo resulta urgente pensar de otro modo, especialmente para influir en cómo se ejerce en nuestro nombre. Hay que eliminar el tabú y poder hablar.


El poder no es bueno ni malo. Todos lo usamos cada vez que influimos en el comportamiento de otros. Podemos usarlo para determinar completamente lo que va a hacer ese otro (por ejemplo una madre aparta la mano de su hijo de una llama o le obliga a ponerse un abrigo), o bien para cambiar la probabilidad de que haga algo concreto (si sugerimos a alguien que un pantalón le queda bien, seguramente se lo podrá más veces; si le decimos que le hace un culo horrible, quizá tienda a usar otra ropa). Puede ser ejercido de forma simétrica (un miembro de una pareja elige las películas de cine que ven, el otro el menú semanal), o asimétrica (un niño pequeño no puede elegir si sus padres van o no al parque). Puede usar la fuerza (el castigo o la amenaza) o la seducción (el premio o la promesa).

Aunque no es igual el poder "personal"- con el que contamos todos- que el poder que da el dinero o la representación parlamentaria, hay elementos comunes. El peor es que en ambos casos puede producirse abuso. El mejor, sin duda, es que ejercer el poder sobre otros es la única manera de hacer cosas que no podría hacer una sola persona por sí misma.

Ahí dejo, como muestra de una manera de entender el poder que considero especialmente dañina, una frase de Rabindranath Tagore:

"Agradezco no ser una de las ruedas del poder, sino una de las criaturas que son aplastadas por ellas".

Digo yo que lo que hace falta es que nadie tenga tanto poder para aplastar a otros y nadie tan poco que tenga que tolerarlo.

* La tontería ha alcanzado algunas veces niveles espectaculares: en más de una ocasión he oído criticar a los terapeutas conductistas porque ¡cambiaban a la gente!. O sea, que la crítica era que tenían poder. (La fantasías asociadas con psicoterapeutas o con conductisas, para otro post).

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